A PANCHI CASTILLO

Su nombre de pila es Francisco. Además se le conoce como Pancho, Panchi, Pac. Tiene la capacidad sorprendente de responder ágilmente a cualesquiera de esos nombres, apodos o sobrenombres. Quiero destacar lo de ágilmente, porque es lo único que está capacitado de hacer con rapidez debido a sus más de 100 kilos de peso, que traslada calmadamente de un lado a otro.

A Panchi lo conozco por más de 50 años. Al momento de conocernos me dijo, -tú debes ser el Flaco-, si, respondí. En seguida me preguntó -¿qué equipo te gusta?-, yo soy hincha de la “U”. Él agregó -entonces vamos a ser amigos-. Estrechamos las manos y desde esa fecha, hemos estado, dependiendo de las circunstancias de la vida en más o menos contacto y siempre, hasta ahora, seguimos siendo amigos y ambos hinchas de la “U”.

Panchi es periodista de profesión. Una vez me dijo, –nunca dejes que la verdad eche a perder una buena historia-. Yo quiero contar algo de mi historia con Panchi. No vayan a pensar ustedes que voy a decir mentiras, por ningún motivo. Tampoco es mi intención, echar a perder lo que espero sea una buena historia.

Decir que Panchi es un hombre buen mozo, sería una mentira. Tampoco es feo. Digamos entonces que, desde el punto de vista físico tan solo es. Este hecho, fue uno de los tantos misterios que más le costó descifrar y entender a la familia de su esposa. Especialmente a las tías. No podían entender que su sobrina, estudiante de odontología, muchacha delgada, alta, buena moza, encantadora, con un color de pelo rubio que hasta el día de hoy, a pesar de los años transcurridos aún le queda bien, estuviera pololeando con este ser. Para esta familia conservadora, descendientes directos de españoles, este era un ser que venía como de otro planeta, cuando tan sólo había llegado de Lautaro. Digamos también, que él no ponía mucho de su parte para agradar a la familia. Quería imponer su estilo. -Podría por lo menos antes de entrar a la casa, tener la precaución de meterse la camisa adentro del pantalón-, le escuché decir a un tío de su futura esposa. En otra oportunidad, conversando con quien sería después su suegro, me dijo, -Panchi sufre de la enfermedad llamada juventud, cuya sanación viene sólo con los años-. Además agregó, -si uno no es rebelde e idealista cuando joven, nunca lo será-. Punto a favor de Panchi. Es que él traía consigo la religión demócrata cristiana, creyente absoluto de la Patria Joven. Yo no lo vi, pero me contaron que Panchi, junto a otros miles de jóvenes estuvo aquel 21 de junio de 1964 en el parque Cousiño (hoy parque O’Higgins), escuchando las palabras memorables de Eduardo Frei Montalva “Pueblo de Chile: como en las antiguas gestas del descubrimiento de Chile, hemos tomado posesión de nuestra patria, en este gran abrazo del Norte y del Sur ………………..”. No era sólo la familia de ella, la que complicaba el esfuerzo que hacía Panchi para conquistar el corazón de la Marita, como él llama a su esposa. La Marita tenía dudas, sí, dudaba. La competencia era dura, difícil. Pero Panchi estaba enamorado y en ese estado ni el puelche lo podía vencer. Bailó cueca, refalosa, valsecito chilote, sirilla, como el mejor bailarín del Bafona. Sacó a relucir toda su alegría, entusiasmo, sus historias entretenidas. Se encomendó a todas las machis y le pidió fuerza a los loncos que conocía. Así, un día de enero de 1967, casados por el civil y la iglesia, partió junto a su Marita a Pichidangui a pasar la luna de miel en un romántico hotelito ubicado a orilla de mar. Para alegría de muchos, entre esos yo, este año 2016 cumplieron 49 años de matrimonio.

Panchi lleva el periodismo en la sangre. No se si será un mito urbano, pero se dice que pensaba estudiar medicina. Eso sería equivalente a que yo hubiera pensado en entrar al seminario. En mi opinión, descubrió su vocación cuando a raíz del terremoto y maremoto de Valdivia, ocurrido el 22 de mayo de 1960, tuvo la oportunidad de acompañar al ejército norteamericano hasta la zona de catástrofe. Ahí, debe haber sentido la necesidad de narrar lo que había sucedido. Cuando le pregunté cual había sido su rol en ese contingente, me dijo, -traductor, intérprete-. Ahí está su otra faceta de periodista. En esa época la única palabra que Panchi pronunciaba bien en inglés era, Coca Cola. Sólo un periodista en ciernes, es capaz de desempeñar ese importante rol con tan pocos recursos, salir indemne y premiado.

Por medio de su profesión, Panchi ha podido satisfacer sus otras dos pasiones, el fútbol y el amor por la “U”. Ha sido testigo privilegiado de varios mundiales de fútbol. En cuanto a su amor por la “U”, recuerdo dos situaciones especiales.

Sábado, 27 de enero de 1968. A las 22 horas se daba inicio en el Estadio Nacional al partido de fútbol entre el Santos de Brasil con Pelé a la cabeza, contra Universidad de Chile comandada por Leonel Sánchez. A la misma hora, en una casa señorial de la calle Carrera, se celebraba la fiesta de matrimonio de una prima hermana de la Marita, su confidente, la mejor amiga. La fiesta estaba muy buena, la comida excelente, los viejos todos contentos, bailando y bebiendo. Yo casi me había olvidado del partido de fútbol. Veo a Panchi caminar hacia mi y juro por el mismísimo Dios, que no creo que exista, que él se iba transformando. Mientras se acercaba, le aparecieron unas orejas largas, después una cola que terminaba como en una punta de lanza y en la mano llevaba un tridente. Cuando llegó a mi lado, me tomó de un brazo y me dijo, -Flaco, vamos a comprar cigarrillos-. Inocente yo le digo, -por aquí está todo cerrado-. Él agrega, -cierto, pero en el Nacional venden-. Dimos el aviso correspondiente. El suegro nos pidió una cajetilla de Lucky y el tío Cheno una de Cabañas negro, de esos ovalados. Partimos raudos al estadio, tan rápido como lo permitía una burrita del año 28, propiedad de Panchi. El partido estaba por comenzar. Nos saltamos dos luces rojas. Nos instalamos en el sector de Tribuna Pacífico. Algunas personas nos señalaban y decían, –seguro que estos giles se arrancaron de un matrimonio-. 50.000 personas en el estadio y nosotros los únicos giles de terno y corbata. Ganó la “U”, 2 a 1, con goles de Carlos Campos y Pedro Araya. Terminado el partido, volvimos alegres, contentos, felices, escuchando en la radio portátil las entrevistas, comentarios y repetición de los goles. Nos saltamos cuatro luces rojas, había que llegar pronto, con la esperanza que no hubieran notado nuestra larga ausencia. Estacionamos el auto. Nos bajamos, nos miramos y al unísono dijimos, -hueón nos olvidamos de comprar los puchos-. Ruego a todos los santos, en cuya existencia tampoco creo, que si la Marita lee esto no vuelva a retar a Panchi. Todo fue por una buena causa, aunque dudo que haya mujer que lo entienda y menos en las circunstancias que ocurrió.

En otra ocasión, un día domingo de un mes de invierno de un año que no recuerdo, en el principal recinto deportivo del país jugaban por el campeonato nacional la “U” y otro equipo, cuyo nombre está en el olvido, un partido intrascendente para efectos del campeonato. Pero sólo para esos efectos, porque para un hincha de la “U” no existen los partidos de ese tipo. Llovía y llovía. Nos cubríamos de la lluvia con un solo paraguas. Considerando la humanidad de Panchi, a mi me tocaba no más de 1/8 de la cobertura de ese implemento. Las condiciones climáticas y la importancia del encuentro, seguramente hicieron que de acuerdo a lo informado por el locutor del estadio, los espectadores controlados fueran sólo 80 (ochenta). Tres razones me mantuvieron ese día en el estadio. Nos habíamos ido en el auto de Panchi, irme solo significaba caminar varias cuadras hasta encontrar locomoción. En segundo lugar, el paraguas era propiedad de Panchi. Pero lo más importante es que jugaba la “U”. Ustedes pueden pensar que esto es un invento mío, o bien que lo soñé. Existe un testimonio fotográfico de este hecho que fue publicado en el Mercurio donde aparecemos Panchi y yo, con una nota a pie de foto que decía algo así como “lo que es ser hincha de fútbol”.

Los padres de Panchi vivían en una casa en Pedro de Valdivia, donde está la plaza Zañartu, a pocas cuadras del Nacional. Varias veces después de los partidos, lo acompañé a visitar a su madre. En esos años también vivían ahí sus dos hermanos menores, Patricio y Marcelo. Una de esas tardes, la madre de Panchi se sentó al piano. Patricio o Patica como también se le conoce, tomó la guitarra e interpretaron varias canciones. Después, siempre que íbamos a su casa tenía la esperanza de escucharlos cantar juntos. Al Patica lo vi cantar y tocar charango con el Quilapayun, del cual fue uno de los fundadores. En las últimas canciones los acompañó Víctor Jara, en esa época director del Quila. Muchos años, siglos después, tuve el gusto y alegría de tener de invitados a Panchi y al Patica, compartir con ellos, la Marita y mi familia un asado en mi casa.

Francisco Castillo Morales, ha ejercido la profesión de periodista desde que estudiaba en la Católica. En esa época trabajaba en la Voz, pasquín que difundía las ideas demócrata cristianas. Trabajaba hasta tarde en la noche, tal vez por eso, más los amigos y sus actividades como dirigente estudiantil, tanto de la escuela de periodismo como de la FEUC (Federación de estudiantes de la Universidad Católica), le impedían asistir a la clase de la primera hora que se impartía en su escuela. Perdía el año por inasistencias. Para evitar que lo expulsaran, tuvo que elevar a la dirección de la escuela una solicitud de clemencia. No se si él tiene copia de ese documento. Entiendo que la solicitud fue llevada por el director, al vice canciller de la universidad, éste a la Nunciatura quien, finalmente, se la entregó al Papa. El Papa, leyó la solicitud de clemencia frente a la curia romana (fue citada de urgencia para tratar este caso de excepción), quienes por unanimidad de sus miembros, al escuchar el tenor de la carta decidieron que este país ubicado al fin del mundo se merecía contar entre sus habitantes con este profesional del periodismo (fuentes bien informadas indicaron, que por primera vez se escucharon tantas risas y aplausos en una reunión de la curia romana).

Panchi ha ejercido con éxito su profesión en distintos medios de comunicación.   Televisión (Canal 13, TVN, Chilevisión, UCV TV, La Red). Diarios o semanarios (La Voz, Ercilla, Hoy, La Epoca). Radio (Chilena, Cooperativa). En su currículum profesional, constan varias medallas (o estrellitas) obtenidas cada vez que lo despidieron de algún medio de comunicación, por defender la libertad de prensa. Actualmente trabaja en Cambio 21. Yo estoy jubilado, escribo esta historia antes que, sin que me percate, entre a mi hogar el ladrón de los recuerdos y me olvide que con Panchi seguimos siendo amigos e hinchas de la “U”.

Un comentario

  1. Maricarmen · abril 1, 2016

    Panchi y/o Pac es mi padrino, mi segundo padre y un adorable y dedicado abuelo de mi hijo. Gracias papá por este homenaje casero, a este gran integrante de la familia al cual quiero mucho ya que en su modo particular, estilo y forma siempre y cuando sigo siempre es siempre nos ha entregado su infinito cariño, dedicación y humor. Gracias Pac!!

    Me gusta

Deja un comentario