El Rucio

Vivo en un condominio formado por un conjunto de edificios de tres pisos, que rodean un parque con grandes árboles añosos. La convivencia es buena, sana y lo pasamos muy bien, especialmente en agosto.

Hacía días que el departamento del tercer piso del edificio, en diagonal al nuestro, estaba vacío. Así que no me extrañó cuando vi —ese día de fines del mes de julio— que llegaba un camión de mudanza.

Lo interesante es que estaba en el balcón recostada, aprovechando el solcito suave que alumbraba desde el norte, cuando lo vi en el balcón del departamento que les acabo de mencionar. Buena facha tenía el Rucio como lo bauticé, por su pelo largo de un color rubio casi blanco.

Haciendo como que no lo había visto, me paré y di unos pasos por el balcón. De reojo me di cuenta que había llamado su atención, así que seguí mostrándome como si no hubiera nadie más alrededor y que yo fuera la única especie en el mundo, claro que disimuladamente seguía observándolo hasta que en un momento dado me detuve y lo miré, cierto que en una forma algo desfachatada como diciéndole ¡¡ohhh que sorpresa vecino bienvenido!!. Él, se puso muy alegre y le hice un gesto como de invitación a lo que respondió mirando a su alrededor y viendo como podía llegar hasta mi balcón. Eso me gustó mucho porque mostraba su interés, audacia y decisión. Caminó de un lado a otro, se subió a la baranda de la reja del balcón, calculando la distancia que  había hasta el árbol que tenía más cerca. Para ayudarlo me paré sobre la baranda de mi balcón y salté desde ahí hasta mi propio árbol, el que he utilizado muchas veces para llegar hasta la calle. En cuanto estuve en el árbol salté de vuelta hacia mi balcón para ver que hacía él. Mi corazón estuvo a punto de explotar cuando vi que saltaba al árbol y bajaba hasta el suelo. Mientras cruzaba la calle apareció el Tomy y el Rucio corrió como seguramente nunca lo había hecho antes, sin saber que el Tomy es bueno, inofensivo y juguetón. El hecho es que no supo como llegó hasta mi balcón.

Ahí estuvimos toda la tarde jugueteando. Cuando ya se ponía el sol, estábamos los dos tendidos en el suelo y él, acurrucado a mi espalda, me pasaba su lengua suave por mi cabeza y mejillas. Yo, con los ojos cerrados disfrutando ese momento tan especial. De pronto abro los ojos y observo el cielo rojo, como si hubiera el más grande incendio a nivel planetario. Ver ese espectáculo tan precioso, junto a las caricias del Rucio me llevó, sin medir consecuencias, a exclamar ¡¡¡Guaaauu!!!

Grande fue mi sorpresa al sentir y ver al Rucio dar un salto, su columna doblada como un arco, el hermoso pelo engrifado, la cola rígida y levantada y sus pupilas, al centro de sus ojos negros, estaban más rojas que el mismo cielo.

Sin decirme nada, —en realidad no era necesario—, se subió a la baranda del balcón, saltó al árbol y bajó a la calle.

La última vez que lo vi, fue arrancando del Tomy…

Está claro que nunca voy a entender a los gatos, son tan machistas.

3 comentarios

  1. SERGIO VARAS V. · junio 3, 2018

    También, estamos sonados.

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  2. Paula Donoso · junio 6, 2018

    Una simpatía !!!!! Libre de virus. http://www.avast.com

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